Personitas leyendo mí cabeza

lunes, 21 de julio de 2014

Quizás lo lea, quizás se lo pregunte...

Me cuesta mucho controlarme para no hablarle todo el rato. No me quedan uñas que morder para sobrellevar la espera de sus palabras nuevas. Y es que me pone triste pensar que le puede haber pasado algo sin que yo me haya enterado. Sin que pueda ayudarlo. 
Querría mandarle un mensaje a todas horas preguntando si sigue tan guapo como siempre o si acaso lo está más. Escribirle una parrafada de buenas noches diciéndole que si ya se va a dormir es obligatorio soñarme o venir hasta mi casa a desnudarme y hacerme feliz. 
A veces me preocupo, y divago en si me pensara tanto como yo pienso en lo bonito que sería pasar todo un verano a su lado. Porque me da miedo darme de bruces contra algo que puede ser que no exista, que solo sea una fugaz y preciosa utopía. Pero es fácil dejar los fantasmas a un lado cuando veo una foto en la que sale con esa sonrisa de chico malo, y entonces recuerdo que cruzaría mar y tierra por acercar mis labios y ponerlos sobre él. Y ya no hay dudas ni temores. Sólo la certeza de que lo oiré gemir cuando muerda su oreja en un desliz. 
Querría preguntarle si ahora cada vez que su móvil suena el corazón le da un vuelco y desea con todas sus fuerzas “que sea ella”. O sea, yo. Yo que no paro de imaginarme haciendo todas esas cosas que le he dicho que necesito hacer, como morderle el cuello cuando se porte mal, o arrancarle el pantalón cuando me trate demasiado bien. 
Y todo esto no se lo escribo, porque sé que a veces le gusta que lo deje tranquilo, y sé también que lo va a leer y a preguntarse si lo escribí pensando en él.

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