Personitas leyendo mí cabeza

miércoles, 4 de enero de 2017

Ruina.

Estaba tan rota, que le llamaban “Ruina”. Tenía esa forma especial de dejarse llevar por el viento con el vuelo de su falda y colarse en los pulmones de alguien para dejarle sin respiración. Pasaba desapercibida para todos aquellos que no creían en la magia, pero aunque no lo sabía era la chica a la que todo el mundo querría hacer feliz. Como no tenía a nadie que le vaciara la luna en la copa cuando el vino se acababa, tapaba sus heridas y nunca se las curaba. Creía que la única forma de no tener cicatrices, era conseguir que todas esas heridas, se mantuvieran abiertas. Así que por las noches se autodestruía en su cabeza, pensando que nunca sería lo suficientemente buena como para bailar al son de alguien sin pisarle los pies, si no era la tristeza. Escribía, o mejor dicho: saltaba a todos los precipicios construidos en papel. Lo que para el resto era un vacío, para ella era un hogar. Tenía los ojos del color del frío y la misma mirada que la soledad que la acompañaba. En el corazón le latía una melodía que nunca nadie había sabido descifrar. Sufría por todos y no lloraba por nadie en especial, sino como puede hacerlo una nube en mitad de una tormenta. Suspiraba, como puede hacerlo el viento cansado ya de respirar. Pero, ante todo, se movía inquieta con los nervios a flor de piel, como si se le hubiese colado dentro la primavera. Como si se le estuviese saliendo las alas y ella sólo desease echar a volar. A la hora de actuar, tenía valores y razones que nadie entendería jamás. Contaba las estrellas y -cuando se perdía- lo volvía intentar. Como si estuviese segura de poder recoger todas en un tarro de cristal… y es que, lo que mejor se le daba era: soñar.


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