Personitas leyendo mí cabeza

jueves, 1 de febrero de 2018

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Me desnudé tantas veces contigo que no te diste cuenta de cuándo me quité la coraza delante de ti y me la bajé hasta los tobillos.

Cuándo te susurré mentalmente que me hicieras tuya, que estos demonios se habían apaciguado y que ellos sólo querían la calma de tus manos, como yo.

Me abrí el corazón de par en par y dejé que las mariposas que revoloteaban mi vientre salieran disparadas en busca del tuyo, a ver si así conseguía al menos causar un seísmo en ti.

Pero no.

Lo único que logré fue romperme un poquito más por dentro, sangrar en forma de escritura y hacerte inmortal en cada uno de mis versos y malditos poemas.

Que aquella melodía sonando del piano no era comparable a la paz de tus dedos en mi cintura 
y que ya no sé cómo dormirme cada noche sin echarte de menos.

Sin pensar que pudimos ser invencibles y que tanto daño nos hizo ser lo contario.

Que todavía recuerdo tu tranquila respiración en la cama 
y los chillidos de mis pensamientos que no callaban, 
tus pies fríos y mi miedo ardiendo.

Maldito okupa que no sale de mi mente ni un segundo y que espanta a cualquiera que quiera entrar. 
Que no hay nadie ya que te supere en algo, 
porque dime, 
¿quién me puede volver a enseñar a amar?

Que no quedan siquiera lunas llenas que consigan llenarme a mí y qué jodida ironía, que esté llena de vacíos.

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