Personitas leyendo mí cabeza

jueves, 28 de junio de 2012

No digas que la quieres si la harás sufrir


Es verdad que parte de su sufrimiento es a conciencia y, hasta cierto punto, consigue vivir con él como si no existiese, remplazándolo con una gran sonrisa para que tú no te des cuenta.

Su ropa. Esa ropa. ¿Te das cuenta de qué tanto tiempo de su vida perdió para usarla ahora mismo? Ni tienes idea de que antes de traer puesta esa blusa blanca, tuvo que probarse una blusa azul y una negra, pero se decidió por ésa para irse de una vez por todas a dormir y que al día siguiente no hayas tenido que verla con círculos púrpura en los párpados.

¿No te das cuenta de que sus pestañas lucen más oscuras y curveadas? ¿A caso no ves que si su cabello enmarca perfectamente su rostro, es para que tú lo notes? Porque si aún no notas algo diferente en ella, debes ser demasiado estúpido, amigo mío.

En este momento lo único que puede hacer es quererla, pero quererla de verdad y mirarla al darte cuenta de que ahora mismo está ahí y es justo ahí donde quiere estar, contigo, porque tú, con todos tus múltiples defectos de hombre común, puedes encontrar en ella a la mismísima rencarnación de Venus o Afrodita por el simple hecho de que de verdad le agradas.

Ningún hombre nota la vida misma en ninguna mujer, es como si pensaran que aún seguimos siendo objetos inanimados.

Mírala. Allí frente a ti. Con sus ojos, frente a ti. Mírala fijamente, y si llegas a notar una sola lágrima en esos ojos que te están mirando, lo mejor será que la dejes y que nunca más vuelvas a buscarla. Pero si su sonrisa sigue allí mismo donde tus abrazos la han dejado, bésala. Bésala de un momento a otro.

No digas que la quieres hasta que de verdad estés dispuesto a dejar de hacerla sonreír a fuerzas, cambiarse la blusa blanca mil veces y arreglarse el cabello de diferente manera. Porque lo seguirá haciendo, pero en ese momento ni todo el maquillaje del mundo opacará lo bella que ella luce ante tus ojos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario