Era el miedo más apetecible, el que más daño me hacía, el que más me asustaba, por el que más arriesgaba. El temor a no tenerlo, el temor a que se marchara, me hacía delirar por la noche, me hacía contarle mis penas a mi almohada, me hacía sentir una opresión en el pecho, que yo siempre ignoraba. No se puede vivir con miedo, y yo lo intentaba… pero al final se marchó, y ya no tengo miedo, y tampoco el corazón.
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