Piano

“…hundí lentamente los dedos contra las teclas…

Primero un acorde menor… Luego, una armonía, un piannisimo…  Y era solo eso, era solo yo, contra el piano negro…

Ubicado a la mitad del Hall de Conciertos del teatro, el emblema de Baldwin a su costado rebozaba de energía, era la primera vez que tenía esa chance, la chance de poder… desahogarme…

No solo era un desahogo musical, no…

Era más que eso, habia corrido toda mi vida buscando oportunidades, había peleado cada ocasión que me daba el tiempo para poder cambiar mi destino…

Pero, seamos sinceros…¿A quien le importa la opinión de solo un muchacho que toca bien el piano?

Me decían que dejará la música, que intentará apoyar a mi madre, que ayudará en terminar los estudios para cooperarle en el pequeño taller mecánico a mi padre…

Y siempre miraba mis manos, que escurrian entre sueños de piano…

¿Que niño de 14 años anhela eso?

Mientras todos mis compañeros de clase corrían por detras de las chicas y jugaban al fútbol o tocaban la guitarra, yo solo quería interpretar a Beethoven y su Sonata para piano n.º 14 en do sostenido menor “Quasi una fantasia”, o simplemente Claro de luna…

Y todos se burlaban de eso, incluso a veces simulaba falsas risas para darles el gusto, me decían ”Él, el pequeño pianista…”

Pero mi madre… Mi madre que ya se fue me imploró que jamás dejara de soñar, que jamás dejara de intentarlo…

Y no lo hice…

Y ahora, hay casi 1500 personas en las butacas, y otros más en los asientos superiores…

Soy el concertista… Hoy, soy yo el de la magia…

Y comenzaba a sonar cada acorde, cada armonía, la partitura me capturaba, era insaciable, los dedos querían más, era casi como desfilar por la espalda de la amada, buscando ese punto de inflexión entre el amor y el placer…

Y yo solo cerraba los ojos…

Sabía que mi madre me veía y sus manos temblaban mientras sentía mi proclama…

Le había girado la vida a todos, incluso a mi mismo…

Sonaba el Presto agitato del tercer movimiento, y ya era libre…”