Personitas leyendo mí cabeza

martes, 29 de diciembre de 2015

Uno de los peores sentimientos.

Creo que uno de los peores sentimientos en esta vida es la impotencia, el no poder hacer nada, de verte en la obligación de cruzarte de brazos y ceder. No es algo a lo que esté acostumbrada, quedarme cruzada de brazos va contra mi naturaleza, pero me he visto obligada en esta situación, diría que es tu culpa, pero sería mentir, sé que cada acción genera una reacción y mis acciones fueron lo que me llevaron a donde estoy, o mejor dicho, a donde estamos porque ya no soy sólo yo, ahora somos dos, nosotros dos.
Al decir verdad a esto le imaginé un principio desde el primer cruce de palabras y jamás idealicé un fin, pero para mi suerte (o mi desgracia) no soy el tipo de persona que ruega, si quieres salir de mi vida ahí está la puerta, pero si quieres quedarte puedo preparar café -que sé bien cómo te gusta-. Pero el caso es que hay una moneda en el aire, girando en cámara lenta y eso me hace temblar e implorar a no sé que dioses porque caiga del lado en que no me condene sólo a soñarte y si fuera así, sólo te pediré que no lo olvides; no te olvides del día en que nos conocimos, no te olvides del primer momento en que me hablaste, no te olvides de todas esas cosas que me encantan de ti -como la manera en que haces esa pequeña risa antes de echarte a reír-, no te olvides de los días en que todo iba mal pero mejoraban en la cama, no te olvides de todas nuestras diferentes formas de pensar, no te olvides de mis celos y mi orgullo, pero no te olvides de los tuyos tampoco, no te olvides de la primera vez que me dijiste que me amabas, y por supuesto no te olvides tampoco cuando te lo dije yo, no te olvides cuando te hacía enojar y lo mucho que me gustaba hacerlo -como despeinarte-, no te olvides de aquellas madrugadas que pasábamos hablando, no te olvides de lo mucho que te extrañé cuando no podíamos hablar. No lo olvides: te quiero y hay muchas cosas detrás de eso.
En estos días he aprendido más de malas costumbres que de buenas acciones, por ejemplo, tenemos la mala costumbre de dejar todo para luego, de echar de menos en lugar de hacerlo de más, la mala costumbre de usar los luegos y no los ahoras, de querer tarde, de valorar tarde y de pedir perdón demasiado pronto. Tenemos la mala costumbre de defender al malo y descuidar al bueno, de sentirnos mal por decir no y de creernos mejores por decir si, de quejarnos por todo y de culpar siempre al otro. Tenemos miedo de decir te quiero como si fuese algo malo el querer y es que tenemos la mala costumbre de trabajar demasiado, de cargar con una mochila llena de cosas innecesarias y comer más de lo que nuestro cuerpo necesita, de bailar poco, fumar mucho y respirar a medias. Tenemos la mala costumbre de empezar el gimnasio el próximo lunes, de cuidarnos cuando ya es tarde y de tomar vitaminas cuando ya estamos enfermos, de confundir la belleza con la delgadez y de creer que no somos capaces. Tenemos la mala costumbre de creer que lo sabemos todo cuando realmente no tenemos idea de nada, de suponer en vez de preguntar.
He aprendido que no estamos para postergar las cosas, que decir luego te marco, luego nos vemos, sólo nos lleva a nunca hablar y a no vernos. He aprendido que hay que querer y apreciar las cosas ahora, que debería de existir un máximo de perdones permitidos, que hay que hacernos responsables de nuestros actos, pero que no hay que dejar de lado las buenas acciones realizadas. He aprendido que todo tiene un equilibrio, mucho de algo nunca es bueno, que hay cosas con las que no debemos cargar y que el hambre a veces es sólo mental. Me he soltado a bailar más, me ahogué por intentar fumar y ahora respiro más lento, he comenzado a hacer ejercicio, a cuidarme más y tomar vitaminas sin necesidad de sentirme mal, le presto más atención a mi sonrisa que a mi abdomen y me he conocido capaz. He aprendido a aceptar que no lo sé todo y me estoy cansando de suponer como reaccionarás.
La cuestión es que nunca contestas mis llamadas, pero siempre me pides un mensaje para avisarte que llegué con bien, que si quiero verte tomo el carro y voy a besarte, porque -seamos sinceros- sabes cuánto me cuesta negarte un beso incluso cuando me acabo de poner mi labial. Me enseñaste que nunca es demasiado pronto para decirle a alguien “amor” y que aunque ya lo haya dicho tiempo atrás haces que las cosas se sientan como si fueran la primera vez, que más que disculpas quieres mis abrazos y que el culpable no es el problema, sino la solución. Eres neutral y sabes mantenerte al margen aún cuando eso signifique darme la razón, que el verte nunca es demasiado y de ti nunca voy a tener suficiente porque siempre querré más aún cuando eres quien sabe perfectamente como sacarme de quicio; que cocinar contigo es más divertido y que aunque no paremos de comer podemos también ser una buena pareja de entrenamiento, me recordaste cuánto me gusta bailar y causaste que no disfrute la música si no estás para acompañarme, que hay cosas que a ti te tranquilizan y que a mí me asfixian -como tu adicción al cigarro-, pero que puedo aguantar la respiración y tú tirar el humo lejos, que el alcohol -mi más secreta adicción- puede desatarnos, pero nunca separarnos, que las mordidas no siempre duelen y la cama no es sólo para dormir. Me demostraste que aunque puedo sola me quieres acompañar -y es que encajas perfectamente en mi cuerpo cuando me tiro a la depresión-, y que amor, desde que estás aquí dicen que sonrió más, que he vuelto a ser yo y no sé bien si es que en ti me encontré o que tú me encontraste. Que yo no lo sé todo y sé cuánto te molesta suponga, pero, hace tiempo no hallaba razón para escribir y no me molestaría jamás dejarte de escribir, supongo serías mi más dulce adicción. 
Ya no quiero suponer, no lo dejaré para luego. Quiero quererte ahora, no mañana.
- Erika Boté

No hay comentarios:

Publicar un comentario