Personitas leyendo mí cabeza

miércoles, 8 de febrero de 2017

Me enamoré.

Me enamoré. Me enamoré de ella, de su sonrisa. Porque me importaba una mierda lo que pasara si ella estaba sonriendo. Y me enamoré de su boca, de cada palabra. Me gustaba incluso cuando se enfadaba y ponía morritos deseando que fuera por detrás y la cogiera para no soltarla; y ojalá no la hubiera soltado nunca. Me enamoré, joder, pero ya no me cuesta decirlo. Porque me enamoré de sus ojos, ¿y qué me importa que no sean de un color especial?. Me enamoré de sus ataques de éxtasis, de cuando cantaba bajito porque estaba feliz, pero no quería que la escuchara. De cuando me abrazaba fuerte porque decía que tenía miedo de perderme, cuando me apretaba porque solo yo sabía que era entonces cuando tenía que quererla más que nunca. Me enamoré de lo lista que era y de lo tonta que se ponía a veces, incluso de cuando fingía serlo. De cuando me insultaba porque era así como ella disfrazaba las palabras bonitas, y eso solo lo sabía yo. De sus abrazos y aún, a veces, echo en falta alguno. De cómo se tapaba la boca cuando la veía comer, de cuando se tapaba la cara cuando decía que estaba fea y yo no podía dejar de mirarla, quizás porque para mí, fuera como fuera, siempre estaba preciosa. De eso me enamoré, de lo bueno y de lo malo. De sus ganas de estar conmigo, pero también de su orgullo, porque cuando creía que iba a perderme del todo, se lo tragaba. Qué inocente, si yo era el que perdía la cabeza por ella. Joder, me gustaba. Me gustaba cuando rodeaba mi cuello y jugaba a estar a dos centímetros de mi boca sin besarme, solo para ver quién aguantaba más sin hacerlo. De sus prisas, de sus ganas de tenerlo todo siempre controlado, y de la voz que ponía cuando le desmontaba todos sus planes, como si de repente volviese a tener cinco años. De su vergüenza y de lo nerviosa que se ponía a la mínima. De cómo temblaba, de cómo era capaz de calmarme. Me enamoré. Me enamoré de su risa, por muy fea que dijera que estaba cuando lo hacía. Nunca se lo dije, y aún hay veces que recuerdo su risa y la extraño. Por eso y sus “Te quiero” que tanto le cuesta decir. ¿Es que no lo entiendes? Me enamoré de cómo era, de cómo hacía lo mismo que todo el mundo y a la vez conseguía ser diferente, no sé. Su forma de quererme. Que ella creía que no me daba cuenta, pero sé que me quería, por mucho que le doliera demostrarlo. La quería, con sus más y con sus menos. Con sus idas y venidas, con su mal humor, con su facilidad intermitente de sus mensajes en los que decía que me echaba de menos. De todas las conversaciones, incluso de las que borré cuando acabó todo. De sus intentos de ponerme celoso y de lo celosa que se ponía cuando me veía con otra. Nunca le entró en la cabeza que ella era única. De todas las canciones, de su voz y de su olor, que siempre aparece cada cierto tiempo para recordarme que sigo sin ella. De su forma de ser, de cómo me pedía que me fuera porque creía que la pasaría mejor sin ella. De sus venazos, cuando le daba por recordarme lo importante que era para ella y de sus “cállate” cuando la imitaba con voz ridícula. De cómo se burlaba de todas esas cosas cursis, incluso de su nombre escrito en mis cuadernos. De la cara que ponía cuando me metía con ella y le daba el triple de importancia solo para que le pidiera perdón un par de veces. Me gustaba su intento de cuidarme aunque, sinceramente, me gustaba mucho más cuando era ella la que se sentía protegida a mi lado. De nuestros mil momentos y bueno, de ellos sigo enamorado. Es que por gustar, me gustaban hasta sus ojeras que le aparecían cuando se quedaba hablando conmigo hasta las tantas. De su cabello encrespado cuando llovía, de su voz en formato susurro cuando hablábamos por teléfono desde la cama y no quería que sus padres la escucharan, de cómo corría cada vez que llegaba tarde por mi culpa. De sus besos, aunque siempre quisiera más. Ahora ya es solo un recuerdo, pero es un recuerdo que prometí no olvidar. Duele ver cómo alguien que un día fue tu vida, deja de formar parte de ella; pero duele más ser la persona que decide que así sea. Ella era la pieza perfecta de mi rompecabezas, pero después de un tiempo me dio la impresión de que pertenecíamos a dos pluzzles diferentes. Pero cuánto la echo de menos, y cuánto daría por volver a tenerla a mi lado. Por romper sus esquemas y convencerla de que quizás a mi lado no se está tan mal.

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