Personitas leyendo mí cabeza

jueves, 30 de agosto de 2018

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Aunque parezca mentira tengo la necesidad de comerte a distancia, contarte mi día en verso y verte reír con nuestra historia a cuestas.

¿Sabes una cosa? Ya no me gusta el otoño porque hasta las hojas llevan tatuado tu apellido, porque todo me recuerda a ti y esa es la peor tortura que ha sufrido mi cuerpo hasta ahora.

El día que te fuiste hiberné en la guarida del lobo, vi tu partida desde la ventana y morir a las margaritas.

Me dejaste apagada, tú, que apostaste por mí aún sabiendo que la partida estaba perdida.

Aunque parezca mentira, tengo la obligación de extrañarte mientras me rompo, sentir como sangras por dentro y despojarme de este cuento que ya no existe.

El día que te fuiste prometí no llorar, pero me siento en mitad de un mar salvaje, como quien jura cuidarse y acaba en destrozo.

Y aquí estoy, jugándome la vida entre los restos devastados de lo que fuimos.

Sintiendo cómo me atraviesa la esperanza rota de creer que volverás.

Ahora somos oscuridad, tú, que arriesgabas por mí, aún sabiendo que algún día dejaríamos de brillar.

Me has hecho una herida de esas que no tienen fin, de las que llegan al hueso y allí se quedan dormidas. Entiéndeme, estoy mojada de más, venida a menos y tengo media vida guardada en tu diario.

El día que te marchaste a escondidas, tus huellas te delataron de madrugada, se amarraron a mis venas y las vi nada más despertar. Ya no estabas, ni tampoco tus miedos, los mismos que te habían hecho huir con la culpa a la espalda y los recuerdos marchitos.

Estoy segura de que serás la más bonita de mis cicatrices. La más honda de mis tristezas, la confianza rota de un corte incurable, mi “para siempre” destrozado por tu “nunca más”.

El día que te fuiste, rompiste todos los mañanas que imaginamos juntos. Rompiste todas las promesas que acunábamos en los ojos y escribirte es la única manera que tengo de seguir acariciando tu recuerdo.

Ya no estás, ni tampoco tu aliento, ni el valor de arrastrarme hasta lo que éramos cuando me querías. Te has llevado lo que somos y lo has convertido en lo que fuimos.

 Desde el día que te marchaste, muero en vida y vivo apagada, tú, que apostaste por mí aún sabiendo que perderíamos. Tú, que arriesgabas por mí, aún sabiendo que algún día dejaríamos de existir.

Y entonces el reloj dio las 12 en punto.No había carozas ni zapatos de cristal. Ahi estaba yo, quieta, deseando que en cualquier momento todo cambiase.

 He dejado abiertas las ventanas por si te asomas a escondidas o me echas de menos. Pero qué tonta, te fuiste y no hago más que hablarle a tu recuerdo, la cena se nos ha alargado y ya no hay domingos de siestas en tu espalda.

Sí, luchaste hasta decir

“te quiero y me marcho”

y fue cuando ganaste

…porque es así

como mueren los héroes

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