Cuando somos pequeños vivimos en una burbuja. Nada es tristeza, sólo
ríes, sólo juegas, todo se resume a tu infancia, y ¿Qué es la infancia? Pues la
mayoría del tiempo se define como la felicidad absoluta. Cuando eres pequeño
nada te preocupa, ríes por cualquier cosa, y da igual llorar delante de quién
sea. Se vive en un sueño, puedes hacer lo que te nazca y si esto es malo se te
escusa en que “eres un niño”. No existen mayores preocupaciones, quizás solo la
pregunta habitual, ¿Mamá puedo salir a jugar ? Les haces gracia a los adultos,
y la mayoría del tiempo sueles ser el centro de atención. Cuando estás
comenzando a vivir, mamá siente angustia por verte con una rodilla lastimada,
tú lloras si de verdad dolió, luego sigues jugando y todo queda en el olvido,
una simple cicatriz. Tus padres son tus superhéroes, tus ídolos. Pero creces y
vas abandonando tu burbuja, no todo es sueño, no todo es feliz. Creces y te
empiezas a dar cuenta que tus padres no son perfectos, que mamá no es una
reina, papá no es superman. Tus hormonas revolucionan, y por esas cosas de la
vida comienzan los sufrimientos. ¿Antes llorabas por una rodilla rota? Ahora
puedes rajarte los brazos y ni siquiera lo notas, porque ningún dolor es
comparable con el que llevas dentro. Oyes y ves cosas que tal ves no debieras.
Comienzas a sentirte solo, aunque estés rodeado de gente. Puede no ser tu caso,
pero si viene por problemas de familias, ninguna familia es perfecta. Con el
paso de los años todo cambia, quizás ya no haces gracia a la gente, quizás no
eres el centro de atención, todo gira… Despiertas de tu sueño, date cuenta que
creciste. Bienvenida realidad.
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