Se sentó en el suelo de su
habitación. Estaba frío, a pesar de ser verano. Con la punta de la lengua se
mojo los labios, y delicadamente se mordió el labio inferior. Poco a poco se
fue arrastrando hacia abajo hasta quedar totalmente tumbada en el suelo. Apretó
los puños y dio un golpe. Los recuerdos rebotaron en las paredes y dieron de
lleno en su pecho. En un instante todo paso por su cabeza, acariciando su
mente, despacio, con todos los detalles. Y se echo a llorar. Sí, a llorar.
Porque los recuerdos en algún momento de nuestra vida hay que saber
afrontarlos, con valor, sin miedo.
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